Carta del P. Benoît Grière, Superior General.

Introducción

Queridos hermanos y hermanas,

En el 33º Capítulo General, pude afirmar que la Alianza laicos-religiosos era irreversible. Me parece importante articular hoy, a mitad de camino entre dos Capítulos Generales, las convicciones que mantengo.
En este año en que celebramos el 175º aniversario de la fundación de la Congregación, me parece que es oportuno volver a oír por qué la Asunción, desde el principio, fue pensada por Manuel d'Alzon como una pasión común a compartir entre laicos y religiosos. La promoción del Reino de Dios es una búsqueda amorosa que nos hace a todos socios en una aventura constantemente renovada.

I. Reavivar la llama

Por todas partes, más o menos, la Alianza ha emprendido el vuelo. Los laicos se han estructurado; se han ofrecido tiempos de formación, se organizan retiros regularmente y se han puesto en marcha muchas iniciativas. A pesar de todo esto, yo he podido constatar a veces cierto desfallecimiento en algunas personas, incluso un cuestionarse seriamente sobre el significado de su compromiso. Creo que esto es normal y que no debemos dramatizar los estados de ánimo que pueden aparecer pasados unos años de entusiasmo. Hay que saber perseverar confiados y aprender a relanzar nuestra marcha en común. Tras el tiempo de la pasión viene el tiempo de la fidelidad; y la fidelidad, inevitablemente, se ve muy puesta a prueba en nuestro mundo.

¿Quién puede presumir de no haber experimentado momentos de lasitud o de duda, en la vida matrimonial, en la vida consagrada o en algún otro de sus compromisos? Pienso que las personas que cuestionan su compromiso con la Asunción son pocas, pero merecen ser escuchadas y apoyadas; y nuestra solidaridad con ellas debe ser concreta.
¿Cómo explicar el declive de la pasión? Tal vez haya que buscarlo en nuestras propias motivaciones. El compromiso sufre regularmente las tentaciones del abandono y la deserción. Si hemos plasmado nuestro compromiso en unos votos o en una promesa, es precisamente para que nos recuerden que nuestra fidelidad es frágil y expuesta a la duda. Hay que cultivar la virtud de la perseverancia. ¿Quizás no hayamos hecho uso de todos los medios que tenemos a nuestra disposición para crecer en fidelidad? El último documento publicado por la antigua Congregación de Religiosos (ahora llamada Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica o CIVCSVA para abreviar) se titula: «El don de la fidelidad y la alegría de la perseverancia». En él se señala que en todas partes surgen preguntas sobre la consistencia de los compromisos religiosos. Es pues urgente reflexionar sobre la fidelidad y la perseverancia, ya seamos religiosos o laicos.
Invito a todos a releer los escritos de los profetas bíblicos, en particular Oseas, Amós, Isaías y muchos otros. El amor de Dios a su pueblo rara vez es pagado con reciprocidad. Los profetas transmiten la palabra de Dios que nos invita a redescubrir el amor de los orígenes, la pasión del principio, la llama de la juventud. El compromiso siempre tiene un significado de largo plazo, es decir, de una fidelidad que se ve constantemente sometida a la prueba del tiempo. A mí no me inquieta que nos cuestionemos, pero me duele mucho ver cómo una pasión puede ir extinguiéndose por falta de una alimentación adecuada. El amor a Dios y al prójimo es, en efecto, el signo del Reino que podemos dar en la Alianza, ¿pero

se le hace honor debidamente? ¿Somos seres de comunión y reconciliación?
Y estimo pertinente interpelar en el mismo sentido a mis hermanos religiosos. ¿Estamos convencidos de que la Alianza es una necesidad para nuestra familia asuncionista? ¿Contribuimos a construirla fomentando las vocaciones laicas, y luego apoyándolas y formándolas con paciencia y dedicación? Me parece que a veces algunos hermanos no han hecho suyo este rasgo de Manuel d'Alzon que nos impulsa y determina a trabajar con y para los laicos. En 2009, en el primer Encuentro Internacional de Laicos, en Nîmes, dirigiéndome a los laicos, les decía esto: «A vuestra manera, habéis respondido al llamado del Espíritu que os invitaba a venir con nosotros para proclamar el Evangelio. El mismo Espíritu que impulsa a algunos hombres y mujeres a comprometerse en la vida religiosa asuncionista es el que impulsa a otros a ser laicos de la Asunción. El mismo Espíritu que inspiró a Manuel d'Alzon la fundación de su congregación es el que os impulsa a vosotros hoy a continuar su obra allí donde os entráis. Así que, gracias por haber respondido a la llamada del Espíritu. Sabed esto: sin vosotros estaríamos mutilados, carentes de una de las dimensiones esenciales de nuestra vida comunitaria y de nuestro apostolado. Necesitamos de vosotros para responder a las necesidades del Evangelio hoy».
Los religiosos tienen el deber de reconocer en la vocación de los laicos de la Alianza una llamada con el mismo origen que el de la suya propia. Invito a mis hermanos asuncionistas a integrar cada vez mejor la presencia de los laicos en sus preocupaciones, y a ser fermentos de la Alianza. Esto podría concretarse en contar con la Alianza laicos-religiosos para el capítulo local, por ejemplo, invitándolos a una parte del mismo. Por último, el hecho de que haya un religioso encargado de la Alianza, tanto a nivel de la provincia como a nivel de la comunidad, no debe eximir a los demás de hacer suya la preocupación por esta gran causa.

También invito a cada hermano y cada hermana de la Alianza a apropiarse el documento titulado «Camino de vida». Es el único texto oficial aprobado por la congregación para expresar el espíritu en que está llamado a comprometerse cada uno. Es necesario que el Camino de Vida sea mejor conocido y más difundido en las provincias para construir una Alianza sólida.

II. La prueba del otro

El compromiso nos lleva a descubrir que no estamos solos en nuestro caminar. Tratamos con otras personas, nuestros hermanos y hermanas, y constatamos que son diferentes. La confrontación con la alteridad es siempre una prueba y al mismo tiempo una gracia. No es bueno cooptarse con criterios subjetivos de afinidad, sino que es deseable abrir la Alianza a la diversidad. La fraternidad es nuestro objetivo cuando nos comprometemos, pero se va construyendo pacientemente en la misericordia y el perdón. No es más fácil vivir en comunidad religiosa que en fraternidad laica. Cada uno tiene que ir progresando en comprensión mutua y aceptación de las diferencias. Un mundo que fuera uniforme y homogéneo sería triste e insípido. Como decía San Francisco de Sales, estamos llamados a vivir la “unidiversidad”, es decir, la unidad en la diversidad. En nuestras relaciones debemos fomentar la búsqueda de la complementariedad. Esta es una fuente de riqueza y de felicidad para quienes saben trabajar por la unidad.
Los religiosos experimentan la vida comunitaria con sus alegrías y sus penas. Sin perdón, no hay vida común posible. Poder dar y recibir el perdón constituye una verdadera ascesis; y eso se aprende cultivando la benevolencia, la paciencia y la humildad. Los laicos también tienen que profundizar en el sentido de la misericordia entre ellos. El espíritu de la Asunción rechaza toda

veleidad de formar grupos basados en la exclusión o el rechazo de la diferencia.
Finalmente, también hay alteridad entre laicos y religiosos debido a las diferentes vocaciones que siguen unos y otros. Aunque la llamada tiene el mismo origen, la respuesta es específica. El encuentro y la acogida entre ambas vocaciones darán fruto en la medida en que cada uno se esfuerce por eliminar recelos y prejuicios. No hay diferencias de dignidad entre las vocaciones porque todas tienen su origen en el Bautismo y en la llamada universal a la santidad. Todos somos hijos de Dios, hermanos y hermanas en Cristo.

III. Una Alianza Internacional

La Alianza se va desarrollando localmente en los diversos países donde estamos presentes. Es responsabilidad de las Provincias velar por que, allí donde sea posible, la Alianza se inserte y desarrolle en el tejido asuncionista local y provincial. La preocupación por suscitar un laicado asuncionista no es una misión menor o periférica respecto a las demás misiones de las Provincias. La Alianza se vive ya a nivel de las realidades locales, pero está llamada a abrirse a lo universal, es decir, a la internacionalidad de la Congregación. Sería perjudicial que los grupos de laicos se encerraran en su particularismo cultural o nacional. Eso sería contrario al espíritu católico. Invito a todas las realidades locales de la Alianza a reflexionar concretamente sobre el crecimiento de la unidad entre todos. Me parece que, respetando las legítimas diferencias culturales, es posible manifestar que la Alianza pertenece a un cuerpo internacional. Esto puede materializarse en utilizar una misma fórmula de compromiso para hacer la promesa, o en establecer programas de formación anuales comunes al conjunto de la Alianza.

IV. Responsabilidad y poder

Desde hace mucho tiempo la Iglesia se ve enfrentada al clericalismo. Los religiosos asuncionistas no están exentos de esta tendencia que afecta gravemente a la corresponsabilidad en la comunidad y dificulta la fraternidad. Pero tampoco los laicos están inmunes frente a la búsqueda de poder. El clericalismo existe en todas partes y no sólo entre clérigos. La actitud que yo defiendo no es huir de las responsabilidades ni rechazar el compromiso. Necesitamos organizarnos y eso requiere estructuras de animación y de gobierno con personas que acepten desempeñar las distintas funciones. El camino que queremos tomar es el del servicio y del desprendimiento. Las funciones, cuando se ejercen con espíritu evangélico, imitan la manera de Cristo, que dio todo por los demás. La voluntad de ser testigos de los valores del Reino también debe guiarnos en el debate actual sobre el lugar de los laicos y el reconocimiento del papel de la mujer.

V. Trabajar en la misión de la Iglesia

Vivimos en un mundo en el que la Iglesia está muy desacreditada. A veces, este descrédito tiene su origen en los diversos escándalos que la han afectado: pedofilia, abuso de poder, clericalismo, etc. Pero también puede darse una excesiva idealización de la Institución. San Juan XXIII gustaba de repetir que "la Iglesia es santa, pero siempre está por santificar". Era una manera de afirmar que su camino en la tierra está sembrado de emboscadas y desviaciones que requieren constantemente recurrir al perdón y a la gracia de Dios. Un asuncionista, laico o religioso, debe amar a la Iglesia tal como es; para poder cambiarla, ciertamente, pero también comprometiéndose concretamente él mismo en la transformación. Es la historia de la conversión: la nuestra y la de las estructuras humanas de la Iglesia. Manuel

d'Alzon nos transmitió un amor invencible a la Iglesia. Ella es, después de Cristo y la Virgen, el objeto de nuestra solicitud y de nuestra pasión. No se trata de idolatrar la institución, sino de redescubrir la comunidad tal como la quiso Jesús. Una fraternidad formada por hombres y mujeres, de distintas condiciones, con variedad de opciones, pero unidos por un solo corazón y una sola alma orientada hacia Dios, como añadió San Agustín al versículo de los Hechos de los Apóstoles. Amar a la Iglesia es trabajar con ella para la proclamación del Evangelio. La comunidad eclesial existe para el Reino. Es necesario, por lo tanto, que cada uno se comprometa concretamente con la misión de evangelización. Los laicos de la Alianza, junto con los religiosos, tienen el deber de responder a las llamadas del mundo, que duda y que espera. A pesar de la secularización, o debido a ella, es primordial que seamos signos de esperanza. El mundo no se reduce sólo a los criterios de rentabilidad económica, sino que está llamado a ser una fraternidad universal reconciliada en Dios y con los demás. La Asunción tiene prioridades apostólicas que se establecen en los sucesivos capítulos de la congregación. La Iglesia también pide nuestro apoyo para algunas misiones particulares, como fue el caso de mantener nuestra presencia en Bulgaria. Las parroquias en las que estamos insertos piden también buenas voluntades para la catequesis, las visitas a los ancianos o enfermos, la capellanía de las cárceles, el acompañamiento de los jóvenes o de las parejas, etc. ¡Hay tanto que hacer!

VI. Cultivar el espíritu de oración y de meditación

Somos hombres y mujeres de fe. A pesar de las dificultades para creer, que son legítimas y también estimulantes, porque nos llaman a desarrollar constantemente nuestra comprensión de la fe, también somos testigos de la esperanza. Tenemos que vivir una vigorosa relación con el Dios de Jesucristo, relación que se

construye en la oración y la meditación. Dediquemos tiempo a leer la Palabra de Dios todos los días. Meditémosla y saboreemos la riqueza del Verbo de Dios. Estemos atentos a ser también contemplativos. La meditación es necesaria, es la respiración del cristiano. Con frecuencia cedemos a la tentación de no pasar por ese refrescante oasis, y luego sufrimos de la sed en la travesía del desierto. Dios es una fuente viva y no tenemos por qué buscar agua en “cisternas agrietadas” como dice el profeta Jeremías (2:13): Sí, mi pueblo ha cometido un doble error: «A mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas que el agua no retienen ».
La Alianza, como su nombre indica, es una opción por el Reino de Dios que se vive en una relación estrecha con nuestro Creador y Salvador. Es Dios quien propone su Alianza y es el hombre quien responde a la invitación. La Alianza es una historia de amor y, como todas las historias de amor, requiere tiempos y espacios de intimidad. La oración es uno de esos espacios.

El futuro de la Alianza

Yo confío plenamente en el futuro de la Alianza; corresponde de manera concreta a la llamada a la fraternidad que hemos recibido de Cristo. La Encíclica Fratelli tutti confirma singularmente la convicción que nos anima en la Alianza. Proseguimos nuestro caminar y estamos listos para cubrir nuevas etapas. El encuentro de Nîmes, que debería haber tenido lugar en julio de 2020, se ha pospuesto debido a la COVID-19. Esperamos poder organizarlo en 2021. Sin duda, habrá propuestas en el programa. Ya algunos laicos piden que no sea necesario renovar la promesa cada año, sino que se haga para varios años. Con ello quieren significar su voluntad de comprometerse de forma definitiva. ¿Por qué no? Pero habrá que precisar bien las obligaciones de tal compromiso para que pueda realizarse.

También desearía que las Alianzas locales se organicen mejor, con celebraciones de compromiso claramente manifestado. Y será igualmente necesario estimular la formación. Para ello, se animará vivamente a los religiosos a explorar, con dedicación renovada, las fuentes del carisma asuncionista para transmitirlo mejor en su entorno y especialmente a los laicos de la Alianza. También se invitará a los laicos a ser formadores, incluso de los jóvenes religiosos, para mostrar la dignidad común de los bautizados.
El futuro no está ya trazado, sino que nos pertenece a nosotros. Sólo en la medida en que nos comprometamos, laicos y religiosos juntos, podremos avanzar en el camino hacia el Reino. Hay un mundo necesitado de esperanza y de amor, ¿estamos dispuestos a trabajar para que el mundo descubra la abundancia de la ternura de Dios? La Alianza sabe que tiene una misión y que se moviliza para el Reino.

Padre Benoît GRIÈRE a.a.
Superior general

1 de noviembre de 2020 Solemnidad de Todos los Santos